UN LUGAR EN LA ALCARRIA: HOZ DE PELEGRINA








La garganta con forma de hoz que describe el río Dulce es el resultado espectacular de la erosión de las aguas sobre el alto páramo alcarreño.


Es aquí donde muchos recordaran aquellos riscos, desde donde se abalanzaba el águila en la serie “Fauna Iberica” de Felix Rodriguez de la Fuente, donde en los cursos de agua pura nadaban truchas y nutrias, donde lobos, jinetas y aves, vivían en exultante libertad.

En este paraje bucólico podemos remontar el río paseando a la sombra de álamos, fresnos, sauces, cerezos, nogales y formidables paredones de roca caliza o, una vez cruzado el cauce por un puente de madera, una senda asciende hasta el borde superior de los cortados para disfrutar de la profunda quebrada.

Una vez en la cima, en la repisa más alta del cañón, un pequeño arroyo se precipita al vacío en un salto de 20 metros al fondo de una hoya de paredes escarpadas, verticales, formando la cascada de Gollorio. 

En la poza de aguas turquesas, donde se estrella el riachuelo, miles de arcos iris se subliman en un éter de gotas pulverizadas. Y solo a la luna, las noches de cielo claro, permite filtrar su efigie durante efímeros instantes. 

Al final del barranco, el pequeño pueblo de Pelegrina se exhibe al río desde su balcón, y atisbando cualquier sombra de insolencia, su viejo castillo, enfermo, achacado de artrosis en sus muros, se alza, coronando un promontorio rocoso.

Años atrás, conoció tiempos mejores, sufrió asedios en el siglo XII y después, una vez la paz se consolidó, adquirió tanta fama, que hasta los mismos obispos de Sigüenza veraneaban en sus dependencias.

Hoy he recorrido sus veredas a trote ligero, ascendido al castillo con el bofe en el pescuezo, y he admirado la cascada con ojos de niño pequeño.















































































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