LA LUCIERNAGA



La luciérnaga, quien lo iba a pensar, es un escarabajo. Un terrible depredador de gasterópodos terrestres, caracoles y babosas. Primero les inyecta un veneno y luego las digiere gracias a su saliva. Solo los machos poseen alas, las hembras tienen forma de gusano.



En julio empieza la época de reproducción,  la hembra no puede volar por lo que permanece en un lugar alto, emitiendo luz verde intensa por su parte ventral, esperando que un macho la vea y la fecunde.

Los machos si que pueden volar, por lo que deambulan por el espacio buscando lucecitas verdes. Estos también pueden emitir señales luminosas.
   
Se cree que hay una disminución de la población de luciérnagas. Se piensa que las causas pueden ser debidas a varios factores: el aumento de pesticidas para  gasterópodos, la mayor contaminación lumínica en las ciudades, el cambio de sexo de los machos por el aumento de semáforos verdes y la disminución de personas románticas que trasnochan para disfrutar de las noches de verano.

Yo también podría ser una luciérnaga, por aquello de llevar el farolillo en la parte trasera del cuerpo, como símbolo de que ahí termina el pelotón, el último romántico. Podría ser una luciérnaga infiltrada en un enjambre de abejas de colores, con el único privilegio de poder formar parte de algo organizado, ya que mi vida es todo lo contrario. 

Pero si una cualidad debo admirar, es la paciencia de la hembra que,  iluminando el espacio que la rodea, mira cada noche el oscuro cielo y sueña que es aquella lejana estrella,  mientras espera, durante más de una semana al amor de su vida, ya que sabe que, una vez coloque los huevos, su vida expirara.


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