El vendedor de esponjas.
Recuerdo
que, hace ya unos años, en una pequeña isla griega, paseaba por el puerto
camino del atardecer.
Solía
sentarme con mi esposa, en un rincón del muelle, observando las olas mecerse
contra las rocas una y otra vez, disfrutando de la mágica puesta de sol.
Todas
las tardes, un vendedor de esponjas exponía su mercancía en cubos de agua,
sobre una madera roída que hacia las veces de mesa. Tenía la tez morena y unos
ojos azules con una mirada limpia y lejana, lo que me llamó poderosamente la
atención.
Nos
contó que todos los días, por la mañana, se hacía a la mar en una pequeña
barca, se detenía en un remoto lugar del Egeo y se sumergía sin más ayuda que
sus pulmones, a recoger las esponjas que luego, vendía en el puerto.
Un
día, este mercader, tuvo que decidir entre trabajar en una gran fábrica en
Salónica o quedarse en la isla. El eligió la libertad.
Nos
explicó que amaba a las gaviotas que le acompañaban cada día, amaba a las
doradas que le saludaban bajo la mar y pedía perdón a las esponjas antes de
arrancarlas.
Él
eligió la libertad de decidir por él cada día, del contacto con el mar, del
trato con la gente… por eso, esa mirada azul… limpia, lejana.
La
Felicidad la poseemos cada uno de nosotros en nuestro interior. No nos hacen
falta joyas o dinero, nos bastan los pequeños detalles de nuestras vidas, un
beso o un abrazo al ser más querido.
Ahora,
recuerdo muchas veces aquellas palabras y me imagino en ellas la mirada azul,
limpia y cercana, del vendedor de esponjas de aquella pequeña isla griega.
Para saber más sobre la historia de las esponjas
http://marenostrum.org/bibliotecadelmar/historia/esponjas/index.htm
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